<<‑ ¡Subid, subid todos! ‑grita un hombre todavía joven, de
grueso cuello, cara mofletuda y tez de un rojo de zanahoria‑. Os llevaré a todos. ¡Subid!
Estas
palabras provocan exclamaciones y risas.
‑ ¿Creéis
que podrá con nosotros ese esmirriado rocín?
‑ ¿Has
perdido la cabeza, Mikolka? ¡Enganchar una bestezuela así a semejante carreta!
‑ ¿No os
parece, amigos, que ese caballejo tiene lo menos veinte años?
‑ ¡Subid!
¡Os llevaré a todos! ‑vuelve a gritar Mikolka.
Y es el
primero que sube a la carreta. Coge las riendas y su corpachón se instala en el
pescante.
‑ El
caballo bayo ‑dice a grandes voces‑ se lo llevó hace poco Mathiev, y esta
bestezuela es una verdadera pesadilla para mí. Me gusta pegarle, palabra de honor. No se gana el
pienso que se come. ¡Hala, subid! lo haré galopar, os aseguro que lo haré
galopar.
Empuña el látigo y se dispone, con evidente
placer, a fustigar al
animalito.
‑ Ya lo
oís: dice que lo hará galopar. ¡Ánimo y arriba! ‑exclamó una voz burlona entre
la multitud.
‑ ¿Galopar?
Hace lo menos diez meses que este animal no ha galopado.
‑ Por lo
menos, os llevará a buena marcha.
‑ ¡No lo compadezcáis,
amigos! ¡Coged cada uno un
látigo! ¡Eso, buenos
latigazos es lo que necesita esta calamidad!
Todos suben a la carreta de Mikolka
entre bromas y risas. Ya hay seis arriba, y todavía queda
espacio libre. En vista de ello, hacen subir a una campesina de cara rubicunda,
con muchos bordados en el vestido y muchas cuentas de colores en el tocado. No
cesa de partir y comer avellanas entre risas burlonas.
La muchedumbre que rodea a la carreta ríe también. Y, verdaderamente, ¿cómo no reírse ante la idea de que tan
escuálido animal pueda llevar al galope semejante carga? Dos de los jóvenes que
están en la carreta se proveen de látigos para ayudar a Mikolka. Se oye el
grito de U ¡Arre! y el caballo
tira con todas sus fuerzas. Pero no sólo no consigue galopar, sino que
apenas logra avanzar al paso. Patalea, gime, encorva el lomo bajo la granizada
de latigazos. Las risas
redoblan en la carreta y entre la multitud que la ve partir. Mikolka se enfurece
y se ensaña en la pobre bestia, obstinado en verla galopar.
‑ ¡Dejadme
subir también a mí, hermanos! ‑grita un joven, seducido por el alegre
espectáculo.
‑ ¡Sube!
¡Subid! ‑grita Mikolka‑. ¡Nos llevará a todos! Yo le obligaré a fuerza de
golpes... ¡Latigazos! ¡Buenos latigazos!
La rabia le ciega hasta el punto de que ya ni siquiera sabe con
qué pegarle para hacerle más daño.
‑ Papá,
papaíto ‑exclama Rodia‑. ¿Por
qué hacen eso? ¿Por qué martirizan a ese pobre caballito?
- Vámonos,
vámonos -responde el padre‑. Están borrachos... Así se divierten, los muy
imbéciles... Vámonos..., no mires...
E intenta
llevárselo. Pero el niño se
desprende de su mano y, fuera de si, corre hacia la carreta. El
pobre animal está ya exhausto. Se detiene, jadeante; luego empieza a tirar
nuevamente... Está a punto de caer.
(...)
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