Al hombre
sin brazos lo verás en la calle. En cualquier calle de cualquier gran ciudad.
Yo lo vi en París la última vez que fui. Y me dio miedo. Porque el hombre sin
brazos va medio desnudo y es enero. Porque sujeta un vaso de plástico con los
dientes. Y lo mueve. Lo zocotrea haciendo sonar las cuatro monedas que lleva
dentro. Como una esquila cansina. Lo zocotrea mientras gruñe. No habla. No sé
si habla. Solo gruñe. Y se me acerca sin brazos, a mí, que me cruzo con él en
esa calle. Y me da miedo su esquila de plástico y céntimos. Su boca grande
hecha de gruñidos. Su cuerpo mutilado.
Y aprieto
el paso.
No quiero
sentir el frío de esos brazos que no existen. No quiero escuchar su voz ahogada
por un vaso de limosnas.
Y huyo.
Lola García de Luna
Este relato apareció publicado, por
primera vez, el día 1 de octubre de 2013 en el número 9 de la Revista
Literaria Monolito
Me recordaste que hace algún tiempo, caminaba por el parque con mi mamá y mi pequeña hermana, que a los tres años de edad tenía una manera muy graciosa de hablar y se mantenía llena de curiosidad. Cuando de repente encontramos sentado en una banca, a un hombre que solo tenía un brazo. Mi hermana, inquieta y extrañada porque nunca había visto a alguien con alguna discapacidad, soltó la mano de mi mamá para dirigirse hacia el desdichado señor, y sin dejar de mirar en dirección al lugar donde correspondía su extremidad derecha, dio dos vueltas alrededor de la banca en la que descansaba, mientras él se abanicaba con un sombrero utilizando su mano aun intacta. Cuando nos acercamos para observar su reacción, ella lo miró con sus redondos ojos y le dijo:
ResponderEliminar– ¿Y tu mano? ¿Che te pendió?
¡Gracias, Víctor, por tu tiempo y tu comentario! :)
Eliminar