Hace ya
rato que la noche se dejó caer sobre las ramas de Brocelianda y las volvió negras, con esa luna
que sin miramientos ha traído hasta nosotros ausente, marchita.
Sentado aún
bajo el letrero, desde lo alto del Libro Grande, el duende me mira. Desde el abismo
color de letras que descansa en sus rodillas me mira y guarda silencio. Titus B.: el pequeño viejo.
Apoya las
palmas de las manos en la tierra y toma aliento. Una docena de
luciérnagas salidas de las sombras iluminan su cara y al Libro. Han venido hasta él como cada
luna nueva, sin que las haya llamado siquiera. Han venido para ser su luz. Para
que lea...
«...Con estas palabras, quedóse mirándome fijamente al rostro,
de tal modo que me hizo temblar. Luego, cuando volvió a levantar la cabeza, me pareció ver dentro de mi
propio espíritu la luz, que consistía en un número infinito de virtudes, convertida
en un Todo ilimitado, mientras el fuego, rodeado y mantenido por una fuerza omnipotente,
alcanzaba la estabilidad: esto fue lo que pude captar de aquella visión...
Mientras yo estaba así fuera de mí, Él volvió a hablar: "Ahora has visto el espíritu, la forma primitiva, el origen, el principio de todo..."».
Hermes Trimegisto, Poimandrès (Corpus Hermeticum)
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