En el
estudio del Cavalier d’Arpino conocerá a los personajes más influyentes de Roma, pero no tardará mucho, no creas, en marcharse de allí.
Que el
joven caballero le tenía encargada la pintura de las flores y las guirnaldas de
sus frescos. Y Michelangelo
quería pintar la vida. Esa que transcurre en las
calles. Y hacerlo como a él le
diera la gana.
De modo que
dejó el estudio.
Iba a reencontrarse
con viejos amigos como Lionello
Spada.
Iba a
malvivir mientras vivía. A pintar su vagabundeo. A devolverle una libertad maltrecha
a sus escasos veinte años.
La falta de
dinero hace que se encomiende a Valentin, uno de
los marchantes de arte que había conocido en sus días junto al Cavalier, y este
le aconseja que acepte realizar algún que otro encargo de obras piadosas, que
por aquel entonces eran muchos.
Dice que
sí, Michelangelo. Toma entre sus manos uno de estos trabajos y en su lugar
entrega un Baco…
Pero Valentin llegará un día para
hacerle un ofrecimiento y no lo podrá rechazar. Viene de manos de un
cardenal, de un hombre muy rico: Francesco Maria del Monte. Caravaggio
lo acepta, acepta pintar una escena piadosa sin decirle a nadie que pintará, pero la que a él le parezca.
Y la que a
él le pareció fue la de San
Francisco recibiendo los estigmas.
Pintó en el
sótano del marchante, deprisa y corriendo, esta obra que le dará la
fama. Esta que será la
llave que le abrirá todas las puertas en Roma.
Esta que marcará
el comienzo del Barroco en el arte.
Baco, hacia 1596 - 1597 Óleo sobre lienzo, 95 x 85 cm. Florencia, Galleria degli Uffizi |
San Francisco recibiendo los estigmas, hacia 1595 Óleo sobre lienzo, 92,5 x 127,8 cm. Hartford (Connecticut), Wadsworth Atheneum |