Titus
B. tomó en sus brazos el
Libro Grande y lo apretó mucho
contra su pecho. Y buscó con
desespero –alumbrado por la
decena de asustadas luciérnagas que habían acudido a su encuentro al saberlo
despierto de nuevo- el Manuscrito Voynich. Y me entregó
el Libro Grande para que yo lo protegiera mientras él tanteaba, nervioso, el
suelo mojado con sus manitas.
No lo encontró.
Ni la luz
de las luciérnagas ni el fuego del siguiente rayo nos dejaron verlo. El Manuscrito
Voynich se había hecho nada bajo la lluvia. Aquella
lluvia fría que llegó para borrar del bosque cualquier retazo de otro mundo...