Fue un
golpecito -muy suave, casi una caricia- en
la punta de la nariz lo que me hizo abrir los ojos siendo de día. No
estaba dormida, ni siquiera sentía el cansancio de tantos soles... Me incorporé y lo vi sobre mi
regazo. Era muy chico, muy chico, y aleteaba
como un pajarillo herido. Apenas sabía volar. Lo cogí y me lo acerqué a los
ojos: era un libro volante bebé. Tenía muy pocas hojas y la mayoría estaban aún por escribir;
tenía las tapas blanditas
y unas páginas que había que pasar con cuidado
para que no se deshicieran solo con el tacto.
Libro sin nombre, rezaba la portada. Luego un folio en blanco, y otro, y así hasta
que fueron llegando las
primeras letras, tan hermosas que… Las leí, las leí en voz alta para que tú
me escucharas y Titus B., aunque malhumorado, se despertase. No lo hizo, pero
tú si podrás oírme. Escucha...