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Me llamo Lola y soy, igual que el protagonista de aquella novela de Rabih Alameddine, contadora de historias...

martes, 30 de julio de 2013

8. De seres que nunca has visto...


Dejé de leer cuando el sol estuvo bien alto en el cielo y un reguero de gotitas saladas comenzaron su descenso piel abajo, recién nacidas de mi frente. Ojalá fueran dulces y pudieran calmarme la sed. Ojalá no se deshiciesen al tacto, sino que fueran sólidas como aceitunas y pudieran saciar este estómago hambriento.

Cerré despacio el Libro Grande, tratando siempre tratando de no hacer ruido. Me levanté del suelo, restregándome con fuerza los ojos para poder abrirlos mucho y contemplar aquel derredor en el que estaba envuelta: el bosque era demasiado hermoso a esa hora. Amodorrado por el rumor de las aguas de un arroyuelo que no discurría muy lejos, tenía el aire vestido de aromas y la piel teñida de un verde intenso. Ni rastro de las sombras que de noche esparce por él la luna. No hubo lugar adonde mirara y no encontrase vida ni rincón en el que hallar silencio. Algunos de los seres que vi habitan el mundo de ahí afuera, tu mundo. En cambio de la mayoría, si alguna vez pudieras verlos, dirías que te son del todo desconocidos...

martes, 23 de julio de 2013

7. Del ruido de las páginas pasadas


Las páginas del Libro Grande hacen mucho ruido al ser pasadas.

Parecieran estremecidas por un escalofrío que solo ellas son capaces de sentir en una tarde quieta y cálida como esta. Tengo hambre y tengo sed. Se me cierran los ojos a cada letra que voy uniendo y, sin embargo, he de seguir: que aunque la noche tarde en caer de nuevo el duende puede abrir los ojillos en cualquier momento, puede desperezarse y aguzar el oído.

Y descubrir el ruido inmenso que, al pasar, hacen las hojas de su Libro Grande

martes, 16 de julio de 2013

6. Wilfred Michael Voynich

Wilfred Michael Voynich
Wilfred Michael Voynich
El hombre que ves en la fotografía se llamaba Wylfrid Michal Habdank-Vojnicz, hablaba seis idiomas y era químico, coleccionista, librero (su tienda de libros raros e incunables se encontraba en el número 1 de Soho Square, en Londres), anarquista y revolucionario.

De ascendencia polaca, había nacido en Kaunas (Lituania) el 31 de octubre de 1865. Su imagen medio borrosa en blanco y negro ilumina -de la misma forma que hiciera él con la multitud de ilustraciones que empleó para embellecer sus célebres <<Catálogos>>- a página completa la narración del Libro Grande.

Y es que el hombre de la fotografía descubrió y compró a unos monjes nuestro manuscrito, y fue esto en el colegio jesuita de Villa Mondragone en Frascati, cerca de Roma, allá por el año 1912.

De su apellido no tardaría en tomar prestado el nombre el extraño pergamino, que a los 102 folios encuadernados que lo componen ninguno había nadie sabido darle...

martes, 9 de julio de 2013

5. La Biblioteca Beinecke de Libros Raros y Manuscritos

     Bañadas por el fondo tan blanco del Libro Grande, dos espléndidas imágenes se muestran ante mis ojos:

     - La una, la fachada de mármol de Vermont -erigida entre 1960 y 1963- de la Biblioteca Beinecke de Libros Raros y Manuscritos de la Universidad de Yale en New Haven (Connecticut, Estados Unidos):

Biblioteca Beinecke de Libros Raros y Manuscritos de la Universidad de Yale
  
   - La otra, su fabuloso corazón:

Biblioteca Beinecke de Libros Raros y Manuscritos de la Universidad de Yale. Interior

  Las dos, cunita y refugio de nuestro misterioso Manuscrito :)

martes, 2 de julio de 2013

4. El sueño del duende

Manuscrito Voynich. Diagrama astrológico
Manuscrito Voynich. Diagrama astrológico

Se va la noche y llega al fin el alba. Las luciérnagas ahogan su brillo en la claridad creciente, la luna cierra los ojos y en las ramas más altas de los árboles y en las más bajitas de los arbustos la vida se despereza, rendida ante un sol de principios de verano que atemoriza al duende y lo hace correr a ocultarse en cualquier sitio. Cuando siente que está a salvo se despoja de las lentes, dejando que cuelguen del cordel en lo blandito del chaleco; bosteza haciendo mucho ruido, entorna los ojillos fatigados de tantísima lectura nocturna, y duerme.
                                          
Yo lo observo medio atontada. Debo descansar también. Debo y, sin embargo, siento que ninguna luz de ningún sol podrá aplacar en el sueño estas ansias de saber... De manera que me levanto y avanzo con cuidado hacia los libros: el Manuscrito Cifrado y el Libro Grande que el duende dejó tumbados ante el huequecillo entre raíces que eligió como descanso. A modo de tapadera, a modo de tapadera encontró tiempo de disponerlos antes de cobijarse por dos motivos que a estas alturas bien me sé:

- El primero, impedir que deje de ser de noche en algún momento cualquiera de este día de julio.

- El segundo, despertar de inmediato si llegara el caso de que -llevada por a saber qué oscuro impulso de mi voluntad- trato de adelantarme a sus deseos y abro los libros. Y descubro en ellos eso que cree que para mí no es tiempo aún de descubrir…

Me agacho y pego la oreja contra el lomo del Libro Grande. La respiración sosegada del duende se cuela por entre sus páginas. Arrodillada ante él lo estudio con detenimiento. Una doblez diminuta marca el borde de una de sus hojas… lo abro. De su interior emergen unas pocas letras y un montón de dibujos: los mismos de los que está llenito el Manuscrito Cifrado.

Abro mucho los ojos y la mente. Y leo
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