Tenía las
páginas llenitas de dibujos extraños: plantas rarísimas, mujeres diminutas
que pasaban el tiempo tomando baños…
- ¿Puedes
leer lo que dice?
Porque también tenía letras, palabras
que se encadenaban buscando frases en una lengua ininteligible.
El duende, arrodillado ante el manuscrito misterioso, la cabeza muy
pegada a sus hojas, se
ajustaba las lentes sobre el arquito hundido que el tiempo y el peso del vidrio
le habían ido dejando en la nariz.
- ¿Puedes
leerlo, Titus B.?
Despega la
cabeza de los dibujos y las letras y me mira muy serio. No me contesta. Se ha enfadado. Le da mucho coraje que tenga tan
poca paciencia. Toma el Libro Grande. Lo abre. Lo hojea. Una luciérnaga acude
en su ayuda. A las
luciérnagas les encantan los duendes lectores. Pasa y pasa cientos de
páginas hasta que al fin se detiene.
- ¡Ajá!
- ¿Qué has
encontrado?
Me mira.
Los ojillos del duende sonríen ahora, apretujados tras las lentes.
- El Manuscrito Cifrado, mujercita...
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