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Me llamo Lola y soy, igual que el protagonista de aquella novela de Rabih Alameddine, contadora de historias...

martes, 25 de junio de 2013

3. El Manuscrito Voynich


Hace horas que Titus B. corre con los ojillos de un libro a otro: del Libro Grande al Manuscrito Cifrado, del Manuscrito Cifrado al Libro Grande. Mordiéndose la lengua de intriga y de placer mientras siente recobrado al fin su lugar en el bosque.

Yo veo pasar el tiempo sentada a su lado pero no muy cerca, que si no, no se concentra. Al menos cien luciérnagas han acudido a la llamada de esas primeras que llegaron a dar luz al duende, y ahora nuestro diminuto rincón del bosque está encendido por un día hecho de mil soles y una luna inmensa.

Espero a que el duende diga algo. A que comparta conmigo un poco de lo mucho que parece estar descubriendo, pero apenas si se le escapa algún ¡ajajá! y palabrejas rarísimas como Voynich<<¡Ajajá, el Manuscrito Voynich! Si ya lo sabía yo. Ya lo sabía yo...>>. Eso dice las veces que dice algo. Cuanto resta lo llena con silencio, miradas de reojo y satisfacción grandísima en la cara. Sabe que me muero de curiosidad y de aburrimiento y tiene pensado dejarme morir un ratito más…

martes, 18 de junio de 2013

2. El Manuscrito Cifrado

Tenía las páginas llenitas de dibujos extraños: plantas rarísimas, mujeres diminutas que pasaban el tiempo tomando baños…

- ¿Puedes leer lo que dice?

Porque también tenía letras, palabras que se encadenaban buscando frases en una lengua ininteligible.

El duende, arrodillado ante el manuscrito misterioso, la cabeza muy pegada a sus hojas, se ajustaba las lentes sobre el arquito hundido que el tiempo y el peso del vidrio le habían ido dejando en la nariz.

- ¿Puedes leerlo, Titus B.?

Despega la cabeza de los dibujos y las letras y me mira muy serio. No me contesta. Se ha enfadado. Le da mucho coraje que tenga tan poca paciencia. Toma el Libro Grande. Lo abre. Lo hojea. Una luciérnaga acude en su ayuda. A las luciérnagas les encantan los duendes lectores. Pasa y pasa cientos de páginas hasta que al fin se detiene.

- ¡Ajá!

- ¿Qué has encontrado?

Me mira. Los ojillos del duende sonríen ahora, apretujados tras las lentes.

- El Manuscrito Cifrado, mujercita...

martes, 11 de junio de 2013

1. Un manuscrito maravilloso

Desde que salimos de la Villa de los Maestros Titus B. está de muy buen humor. Parlotea todo el tiempo y abre y cierra el Libro Grande en busca de cualquier cosa nueva que enseñarme.

- ¿No extrañas a Nimue?

Las pocas veces que se queda callado es porque le he hecho esa pregunta. Esas veces cierra el Libro si lo tenía abierto y mira al frente. Nunca me contesta.

- La echo mucho de menos, Titus B.

Se para y se sienta muy serio bajo cualquier arbusto. Se para y se sienta y en una ocasión lo hace encima de algo raro.

Había luna llena aquella noche. Y el asiento del duende resultó ser un manuscrito maravilloso...

lunes, 3 de junio de 2013

42. El último secreto

- ¿Adónde vas, Titus B.?

- Dónde vamos, dirás, mujercita.

Me mira de pie desde el suelo y, como es tan chico, tiene que levantar mucho la cabeza si quiere clavarme esos ojillos suyos de viejo enfadado.

- ¿Por qué?

Da media vuelta y agarra una de las pocas sillas de su tamaño que hay en la estancia. A la llama solitaria del candil que espanta la noche en la sala de la Torre, el rostro muy serio del duende se llena de sombras.

- Mira lo que encontré.

Va hasta la estantería que tiene más cerca. No le hace falta encaramarse a ningún sitio ni nada para coger el libro que quiere mostrarme. Tira de él. Titus B. tiene mucha fuerza para ser tan anciano y tan pequeño. Lo abre en canal. Lo hojea, chuperreteándose el dedo índice para pasar las hojas, y al final se detiene en una página. Vuelve a la silla y se sienta.

- Mira.

Me agacho a su lado. Huele a heno, Titus B. Siempre huele a heno. Miro lo que quiere que vea. Un grabado de Alberto Durero llamado Melancolía I:


Alberto Durero, "Melancolía I" (1514)
Alberto Durero, Melancolía I (1514)

- El ángel de la estampa no encuentra lo que busca, por eso se desespera... Nunca obtendremos oro del plomo, mujercita. La alquimia no es más que una metáfora de la senda que han de recorrer las almas en su búsqueda de la perfección perdida.

Levanto los ojos y miro al duende.

- Pero Roger el maestro siempre dice... Si nos vamos, ¿qué pasará con Nimue?

Cierra el libro y se encoge de hombros. Está llenito de sombras y muy triste, Titus B.

- Ella tiene su lugar.

Regresa al pie de la estantería y devuelve el tratado a su sitio. Sin mirar atrás, toma el Libro Grande -que llevaba desde ni se sabe agazapado en un rincón- y se encamina hacia la puerta. Yo, que sigo acuclillada, me incorporo.

- ¿Y el maestro Roger? ¿Ni siquiera le diremos adiós?

Empuja la puerta por toda respuesta. Tras ella hay una escalera de caracol muy larga que desciende a lo largo del torreón a oscuras.

Tomo el candil y voy tras él. Bajamos peldaño a peldaño. Cruzamos salas, pasillos y puertas. Todo está abierto y solo a nuestro paso. Dispuesto a dejarnos marchar. Al llegar a la verja de la entrada nos detenemos. Los dos. Sin que ninguno hubiera tenido que decir detente un momento al otro. Volvemos la vista atrás...

La Villa de los Maestros se ha desvanecido.
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