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Me llamo Lola y soy, igual que el protagonista de aquella novela de Rabih Alameddine, contadora de historias...

martes, 31 de diciembre de 2013

:)

martes, 24 de diciembre de 2013

martes, 29 de octubre de 2013

15. El pequeño libro volante

Fue un golpecito -muy suave, casi una caricia- en la punta de la nariz lo que me hizo abrir los ojos siendo de día. No estaba dormida, ni siquiera sentía el cansancio de tantos soles... Me incorporé y lo vi sobre mi regazo. Era muy chico, muy chico, y aleteaba como un pajarillo herido. Apenas sabía volar. Lo cogí y me lo acerqué a los ojos: era un libro volante bebé. Tenía muy pocas hojas y la mayoría estaban aún por escribir; tenía las tapas blanditas y unas páginas que había que pasar con cuidado para que no se deshicieran solo con el tacto.

Libro sin nombre, rezaba la portada. Luego un folio en blanco, y otro, y así hasta que fueron llegando las primeras letras, tan hermosas que… Las leí, las leí en voz alta para que tú me escucharas y Titus B., aunque malhumorado, se despertase. No lo hizo, pero tú si podrás oírme. Escucha...

martes, 22 de octubre de 2013

14. A este lado del universo

Hasta que el sol se muera de nuevo el duende dormirá y, con él, lo harán todos mis anhelos. Los secretos de Brocelianda están velados a cualquiera que venga de muy lejos y yo, yo no pertenezco al bosque. Brocelianda solo es mi refugio. Un refugio inmenso en el que casi nada de ahí afuera -de tu mundo- es capaz de penetrar.

De modo que, tumbada boca arriba sobre la húmeda hierba de otoño, cierro los ojos y trato de ordenar las ideas que se me han ido, con las noches y el desvelo, embarullando en la memoria.


Sus letras que no pueden leerse.

Sus páginas que se desdoblan. Sus páginas robadas.

Las mujeres desnudas que se bañan cualquiera sabe en qué pócimas y lo llenan todo de piel muy blanca y líquido fresco e invisible.

Las constelaciones desconocidas.

Las flores, las hojas, las plantas que nunca unos ojos vieron en la naturaleza…

¿Quién lo escribió?

¿En qué fecha están datadas esas 102 hojas? Ah, sí… ya recuerdo. El duende lo mencionó, mencionó algo como… el siglo XV.

¿Quién robó las hojas que le faltan? ¿Por qué lo hizo? ¿Cómo pudo este librito anciano escapar de la Beinecke y llegar hasta aquí?

A mi derecha, acurrucado como una bolita de algodón, Titus B. respira bajito. Tiene la cabeza apoyada sobre el Libro Grande y una hoja de higuera le cubre la cara para que no pueda ver el sol, ese sol recién nacido que calienta la vida a este lado del universo… 

martes, 15 de octubre de 2013

13. De las páginas que faltan

               -    ¿Alguien le arrancó varias páginas?

Una luciérnaga vuela muy despacio alrededor de la nariz del duende. A veces se posa sobre ella, por delante de las lentes que tiñe con su hermosa luz dorada. Le hará cosquillas. Tiene que estar haciéndole muchas cosquillas y él ni se inmuta. Solo asiente, asiente con unos ojos que no me miran porque están clavados en el Libro Grande...

               -    Pero, ¿quién, Titus B.? ¿Por qué? ¿Para qué?

En el horizonte, la amenaza de un sol demasiado próximo hace que cierre el Libro y me mire. Al fin, al fin me mira el viejo duende mientras dice:


No lo sémujercita -sin despegar siquiera los labios... 

martes, 8 de octubre de 2013

12. Un mes y muchas lunas...

Casi un mes y muchas lunas han pasado desde la última vez que nos encontraste aquí. Casi un mes y algunos silencios que, sin embargo, rompí en otros lugares… (https://www.facebook.com/LolaGdeLuna

https://www.facebook.com/LolaGdeLuna

Búscame, búscanos ahí -dice Titus B. que te escriba-, cuando no des con nosotros en el bosque.

Es tu casa :)

miércoles, 11 de septiembre de 2013

11. Una ficha para nuestro manuscrito

Titus B. es esta noche un duendecillo nervioso. Aunque, como de costumbre, lee el Libro Grande con voz alta y firme, a ratos cierra los ojos, respira muy fuerte y guarda silencio, un silencio muy largo y muy pesado, y busca ansioso a su alrededor entre la tierra y las luciérnagas.

- ¿Qué es lo que buscas, maestro?

Levanta los ojillos de la tierra y los deja clavados en los míos.

- ¿Qué buscas?

Pregunto de nuevo y su boca sonríe, sonríe a la palabra maestro. Luego agacha la cabeza y torna en su búsqueda en pos de lo que quiera que sea. Y encuentra ese lo que quiera que sea, que resulta ser un palo diminuto al que hace rayar la tierra con guiones, guiones y más guiones a los que no siguen letras escritas, sino muchísimas letras habladas...

Manuscrito Voynich. Detalle
Manuscrito Voynich. Detalle

- El Manuscrito Voynich, mujercita -y vuelve a mirarme-, se compone de 102 folios encuadernados (23 x 16 cm), creados en la Europa Central en un momento cualquiera entre los siglos XV y XVI

- Fue registrado en la Biblioteca Beinecke de Libros Raros y Manuscritos de la Universidad de Yale con el número 2002046

- Por número de catálogo le fue otorgado el MS 408

- Alguien (a saber quién) le arrancó (a saber cuándo) algunas hojas

- Cuenta con varias páginas desplegables

- La mayoría aparecen numeradas -a pluma en el anverso y de forma no correlativa- según el sistema de numeración arábiga

- Todas están llenitas de letras, de plantas, de mujeres y constelaciones desconocidas por cada una de sus caras...

martes, 3 de septiembre de 2013

10. Los ojos del sueño

Titus B.

Aquel sueño me convirtió en un ser extraño: extraña a mí misma, a mis propios ojos que ya no contemplaban más el mundo sino ocultos tras otro par de ojos tan invisibles, tan imaginarios y tan ajenos que se me habían pegado a la piel. Igual que las lentes de Titus B... así se me habían pegado en los párpados aquellos dos ojos que no eran míos y, sin embargo, miraban por mí...

Las manitas rechonchas del duende, que me pellizcaban la nariz con el auspicio de la luna, hicieron que los abriera. Hicieron que me incorporase y lo mirara de frente... Sé que me sabía culpable, pero no me condenó. Sentándose a mi lado, el Libro Grande en brazos y el Manuscrito Cifrado bien cerquita, dejó en silencio que sus piececillos descalzos se bañaran en la corriente tibia del arroyo sin nombre. Abrió el Libro y buscó una página cualquiera, indefinible. Volvió a mirarme, una decena de diminutas luciérnagas acudían ya a prestarle luz, bajó la cabeza y comenzó a leer...

martes, 6 de agosto de 2013

9. De un arroyo sin nombre


Pasé el tiempo que faltaba para que el sol se pusiera sentada a la orilla de aquel arroyo sin nombre. Sus aguas cálidas me acariciaban los pies. Sus aguas cálidas… Comí las avellanas que me trajo en el pico un ruiseñor azul, me tumbé boca arriba sobre la hierba húmeda y miré desde el suelo al cielo, clavando la vista en un sol que cada vez se hacía más lejano y más chico… que se moría.

No sé cuándo cerré los ojos, pero lo cierto es que lo hice y lo cierto es que un sueño profundo se apoderó de mí y me condujo de un recoveco a otro de la conciencia, de un recoveco a otro en un estruendo de trinos. De aguas cálidas que discurren mansas mientras acarician pieles. De aires templados que se visten de aromas, se cuelan por entre las ramas de los árboles y te revuelven los cabellos y el alma...

martes, 30 de julio de 2013

8. De seres que nunca has visto...


Dejé de leer cuando el sol estuvo bien alto en el cielo y un reguero de gotitas saladas comenzaron su descenso piel abajo, recién nacidas de mi frente. Ojalá fueran dulces y pudieran calmarme la sed. Ojalá no se deshiciesen al tacto, sino que fueran sólidas como aceitunas y pudieran saciar este estómago hambriento.

Cerré despacio el Libro Grande, tratando siempre tratando de no hacer ruido. Me levanté del suelo, restregándome con fuerza los ojos para poder abrirlos mucho y contemplar aquel derredor en el que estaba envuelta: el bosque era demasiado hermoso a esa hora. Amodorrado por el rumor de las aguas de un arroyuelo que no discurría muy lejos, tenía el aire vestido de aromas y la piel teñida de un verde intenso. Ni rastro de las sombras que de noche esparce por él la luna. No hubo lugar adonde mirara y no encontrase vida ni rincón en el que hallar silencio. Algunos de los seres que vi habitan el mundo de ahí afuera, tu mundo. En cambio de la mayoría, si alguna vez pudieras verlos, dirías que te son del todo desconocidos...

martes, 23 de julio de 2013

7. Del ruido de las páginas pasadas


Las páginas del Libro Grande hacen mucho ruido al ser pasadas.

Parecieran estremecidas por un escalofrío que solo ellas son capaces de sentir en una tarde quieta y cálida como esta. Tengo hambre y tengo sed. Se me cierran los ojos a cada letra que voy uniendo y, sin embargo, he de seguir: que aunque la noche tarde en caer de nuevo el duende puede abrir los ojillos en cualquier momento, puede desperezarse y aguzar el oído.

Y descubrir el ruido inmenso que, al pasar, hacen las hojas de su Libro Grande

martes, 16 de julio de 2013

6. Wilfred Michael Voynich

Wilfred Michael Voynich
Wilfred Michael Voynich
El hombre que ves en la fotografía se llamaba Wylfrid Michal Habdank-Vojnicz, hablaba seis idiomas y era químico, coleccionista, librero (su tienda de libros raros e incunables se encontraba en el número 1 de Soho Square, en Londres), anarquista y revolucionario.

De ascendencia polaca, había nacido en Kaunas (Lituania) el 31 de octubre de 1865. Su imagen medio borrosa en blanco y negro ilumina -de la misma forma que hiciera él con la multitud de ilustraciones que empleó para embellecer sus célebres <<Catálogos>>- a página completa la narración del Libro Grande.

Y es que el hombre de la fotografía descubrió y compró a unos monjes nuestro manuscrito, y fue esto en el colegio jesuita de Villa Mondragone en Frascati, cerca de Roma, allá por el año 1912.

De su apellido no tardaría en tomar prestado el nombre el extraño pergamino, que a los 102 folios encuadernados que lo componen ninguno había nadie sabido darle...

martes, 9 de julio de 2013

5. La Biblioteca Beinecke de Libros Raros y Manuscritos

     Bañadas por el fondo tan blanco del Libro Grande, dos espléndidas imágenes se muestran ante mis ojos:

     - La una, la fachada de mármol de Vermont -erigida entre 1960 y 1963- de la Biblioteca Beinecke de Libros Raros y Manuscritos de la Universidad de Yale en New Haven (Connecticut, Estados Unidos):

Biblioteca Beinecke de Libros Raros y Manuscritos de la Universidad de Yale
  
   - La otra, su fabuloso corazón:

Biblioteca Beinecke de Libros Raros y Manuscritos de la Universidad de Yale. Interior

  Las dos, cunita y refugio de nuestro misterioso Manuscrito :)

martes, 2 de julio de 2013

4. El sueño del duende

Manuscrito Voynich. Diagrama astrológico
Manuscrito Voynich. Diagrama astrológico

Se va la noche y llega al fin el alba. Las luciérnagas ahogan su brillo en la claridad creciente, la luna cierra los ojos y en las ramas más altas de los árboles y en las más bajitas de los arbustos la vida se despereza, rendida ante un sol de principios de verano que atemoriza al duende y lo hace correr a ocultarse en cualquier sitio. Cuando siente que está a salvo se despoja de las lentes, dejando que cuelguen del cordel en lo blandito del chaleco; bosteza haciendo mucho ruido, entorna los ojillos fatigados de tantísima lectura nocturna, y duerme.
                                          
Yo lo observo medio atontada. Debo descansar también. Debo y, sin embargo, siento que ninguna luz de ningún sol podrá aplacar en el sueño estas ansias de saber... De manera que me levanto y avanzo con cuidado hacia los libros: el Manuscrito Cifrado y el Libro Grande que el duende dejó tumbados ante el huequecillo entre raíces que eligió como descanso. A modo de tapadera, a modo de tapadera encontró tiempo de disponerlos antes de cobijarse por dos motivos que a estas alturas bien me sé:

- El primero, impedir que deje de ser de noche en algún momento cualquiera de este día de julio.

- El segundo, despertar de inmediato si llegara el caso de que -llevada por a saber qué oscuro impulso de mi voluntad- trato de adelantarme a sus deseos y abro los libros. Y descubro en ellos eso que cree que para mí no es tiempo aún de descubrir…

Me agacho y pego la oreja contra el lomo del Libro Grande. La respiración sosegada del duende se cuela por entre sus páginas. Arrodillada ante él lo estudio con detenimiento. Una doblez diminuta marca el borde de una de sus hojas… lo abro. De su interior emergen unas pocas letras y un montón de dibujos: los mismos de los que está llenito el Manuscrito Cifrado.

Abro mucho los ojos y la mente. Y leo

martes, 25 de junio de 2013

3. El Manuscrito Voynich


Hace horas que Titus B. corre con los ojillos de un libro a otro: del Libro Grande al Manuscrito Cifrado, del Manuscrito Cifrado al Libro Grande. Mordiéndose la lengua de intriga y de placer mientras siente recobrado al fin su lugar en el bosque.

Yo veo pasar el tiempo sentada a su lado pero no muy cerca, que si no, no se concentra. Al menos cien luciérnagas han acudido a la llamada de esas primeras que llegaron a dar luz al duende, y ahora nuestro diminuto rincón del bosque está encendido por un día hecho de mil soles y una luna inmensa.

Espero a que el duende diga algo. A que comparta conmigo un poco de lo mucho que parece estar descubriendo, pero apenas si se le escapa algún ¡ajajá! y palabrejas rarísimas como Voynich<<¡Ajajá, el Manuscrito Voynich! Si ya lo sabía yo. Ya lo sabía yo...>>. Eso dice las veces que dice algo. Cuanto resta lo llena con silencio, miradas de reojo y satisfacción grandísima en la cara. Sabe que me muero de curiosidad y de aburrimiento y tiene pensado dejarme morir un ratito más…

martes, 18 de junio de 2013

2. El Manuscrito Cifrado

Tenía las páginas llenitas de dibujos extraños: plantas rarísimas, mujeres diminutas que pasaban el tiempo tomando baños…

- ¿Puedes leer lo que dice?

Porque también tenía letras, palabras que se encadenaban buscando frases en una lengua ininteligible.

El duende, arrodillado ante el manuscrito misterioso, la cabeza muy pegada a sus hojas, se ajustaba las lentes sobre el arquito hundido que el tiempo y el peso del vidrio le habían ido dejando en la nariz.

- ¿Puedes leerlo, Titus B.?

Despega la cabeza de los dibujos y las letras y me mira muy serio. No me contesta. Se ha enfadado. Le da mucho coraje que tenga tan poca paciencia. Toma el Libro Grande. Lo abre. Lo hojea. Una luciérnaga acude en su ayuda. A las luciérnagas les encantan los duendes lectores. Pasa y pasa cientos de páginas hasta que al fin se detiene.

- ¡Ajá!

- ¿Qué has encontrado?

Me mira. Los ojillos del duende sonríen ahora, apretujados tras las lentes.

- El Manuscrito Cifrado, mujercita...

martes, 11 de junio de 2013

1. Un manuscrito maravilloso

Desde que salimos de la Villa de los Maestros Titus B. está de muy buen humor. Parlotea todo el tiempo y abre y cierra el Libro Grande en busca de cualquier cosa nueva que enseñarme.

- ¿No extrañas a Nimue?

Las pocas veces que se queda callado es porque le he hecho esa pregunta. Esas veces cierra el Libro si lo tenía abierto y mira al frente. Nunca me contesta.

- La echo mucho de menos, Titus B.

Se para y se sienta muy serio bajo cualquier arbusto. Se para y se sienta y en una ocasión lo hace encima de algo raro.

Había luna llena aquella noche. Y el asiento del duende resultó ser un manuscrito maravilloso...

lunes, 3 de junio de 2013

42. El último secreto

- ¿Adónde vas, Titus B.?

- Dónde vamos, dirás, mujercita.

Me mira de pie desde el suelo y, como es tan chico, tiene que levantar mucho la cabeza si quiere clavarme esos ojillos suyos de viejo enfadado.

- ¿Por qué?

Da media vuelta y agarra una de las pocas sillas de su tamaño que hay en la estancia. A la llama solitaria del candil que espanta la noche en la sala de la Torre, el rostro muy serio del duende se llena de sombras.

- Mira lo que encontré.

Va hasta la estantería que tiene más cerca. No le hace falta encaramarse a ningún sitio ni nada para coger el libro que quiere mostrarme. Tira de él. Titus B. tiene mucha fuerza para ser tan anciano y tan pequeño. Lo abre en canal. Lo hojea, chuperreteándose el dedo índice para pasar las hojas, y al final se detiene en una página. Vuelve a la silla y se sienta.

- Mira.

Me agacho a su lado. Huele a heno, Titus B. Siempre huele a heno. Miro lo que quiere que vea. Un grabado de Alberto Durero llamado Melancolía I:


Alberto Durero, "Melancolía I" (1514)
Alberto Durero, Melancolía I (1514)

- El ángel de la estampa no encuentra lo que busca, por eso se desespera... Nunca obtendremos oro del plomo, mujercita. La alquimia no es más que una metáfora de la senda que han de recorrer las almas en su búsqueda de la perfección perdida.

Levanto los ojos y miro al duende.

- Pero Roger el maestro siempre dice... Si nos vamos, ¿qué pasará con Nimue?

Cierra el libro y se encoge de hombros. Está llenito de sombras y muy triste, Titus B.

- Ella tiene su lugar.

Regresa al pie de la estantería y devuelve el tratado a su sitio. Sin mirar atrás, toma el Libro Grande -que llevaba desde ni se sabe agazapado en un rincón- y se encamina hacia la puerta. Yo, que sigo acuclillada, me incorporo.

- ¿Y el maestro Roger? ¿Ni siquiera le diremos adiós?

Empuja la puerta por toda respuesta. Tras ella hay una escalera de caracol muy larga que desciende a lo largo del torreón a oscuras.

Tomo el candil y voy tras él. Bajamos peldaño a peldaño. Cruzamos salas, pasillos y puertas. Todo está abierto y solo a nuestro paso. Dispuesto a dejarnos marchar. Al llegar a la verja de la entrada nos detenemos. Los dos. Sin que ninguno hubiera tenido que decir detente un momento al otro. Volvemos la vista atrás...

La Villa de los Maestros se ha desvanecido.

domingo, 26 de mayo de 2013

41. De Hermes-Thot y el espíritu universal

«...Con estas palabras, quedóse mirándome fijamente al rostro, de tal modo que me hizo temblar. Luego, cuando volvió a levantar la cabeza, me pareció ver dentro de mi propio espíritu la luz, que consistía en un número infinito de virtudes, convertida en un Todo ilimitado, mientras el fuego, rodeado y mantenido por una fuerza omnipotente, alcanzaba la estabilidad: esto fue lo que pude captar de aquella visión... Mientras yo estaba así fuera de mí, Él volvió a hablar: "Ahora has visto el espíritu, la forma primitiva, el origen, el principio de todo..."».

Poimandrès, Corpus Hermeticum

domingo, 12 de mayo de 2013

40. De vuelta al camino

Ha pasado mucho tiempo. Demasiado, tal vez.

El tiempo es la peor de las alimañas. Se aferra a tus ropas y se mete entre el forro de tus faldas. Y ahí se queda. Agazapado. Aguardando quién sabe qué momento para comenzar a correr.

El tiempo... Habrá hecho que te olvides de nosotros

Encerrados aquí. Aprendiendo solo Dios sabe cuántas cosas que despacio te iré revelando... Roger el maestro se ocupa de que así sea. Pese al rostro vuelto de Titus B., que no lo acepta. Pese a todo.

Aprendiendo.

Si quieres mañana puedo escribirte lo que descubrí sentada ante el ventanal inmenso. Rodeada de libros. Apretujada entre ellos.

Mañana...

domingo, 24 de marzo de 2013

39. El bosque sin mí...


- Has perdido la cabeza.

Los ojillos del duende miran al frente, fijos en una parte cualquiera del infinito.

- La has perdido, mujercita.

Vistos así, de perfil y sin las lentes que los haga parecer tan grandes, semejan dos bolitas animadas perdidas en mitad de una nada que no reconocen.

A nuestros pies un mundo completo toma forma y vida. Sobre las cabezas solo azul. Un azul negrísimo ya. De noche. Y la luna redonda cual galleta plateada.

Las botitas negras del duende apenas recuelgan del balcón. Con lo chico que es. Casi no sobresalen del alféizar de la ventana. Pero está aquí, sentado junto a mí, agarrado miedoso a mis faldas.

- Ese hombre es el maestro.

Se vuelve para mirarme y soy yo ahora la que evito unos ojos muy tristes. A lo lejos un millar de lucecitas parecen haber encendido el bosque. Se mueven frenéticas de un lado a otro y por eso chocan muchas veces entre ellas y con los árboles. Son las luciérnagas...

Lo demás es quietud.

Nada parece haber cambiado allí abajo más que él y yo, que ya no estamos.

¿Qué ha de ser de nosotros, Titus B.?

domingo, 17 de marzo de 2013

38. El alquimista


Una capucha oscura le cubre la mitad del rostro. Casi no puedo verlo y, aún así, sería capaz de decirte que es muy guapo... ¡Cuando Titus B. despierte y descubra que he escrito esto se va a enfadar muchísimo! :)

Se llama Roger, el dueño de la voz ronca. El hombre alto y corpulento. El hombre de la tez dorada y la barba apenas cubierta por unas pocas canas. Se llama Roger y me lo dijo uno de estos amaneceres. El mismo que vencí al sueño y me puse de pie. Aquel que ayudada de sus manos grandes llegué hasta el inmenso ventanal que abre el muro oriental de la Torre del alquimista y se hace su dueño, mostrándome un bosque hecho a base de copas de árboles muy viejos y muy altos.

Del vuelo bajito de mil libros volantes.

Casi al pie de una luna que se moría...

Si hubiera vuelto la vista atrás habría encontrado a Nimue acurrucada junto al duende. Ya sé de qué están hechas las marcas que tiene en el cuello. Me lo dijo el hombre guapo de la capucha oscura que ve pasar su vida entre retortas y alambiques. Me lo dijo, que fue él quien la encontró una tarde en los confines de Brocelianda tirada junto al río que separa nuestro bosque de tu mundo.

La patita ensangrentada.

Un collar con pinchos de acero clavándose en su piel.
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