Titus
B. tiene las manos muy chicas. Mucho. Y
bien regordinas. Tanto que ni siquiera se distingue en ellas dónde acaba y
dónde empieza una falange. Pero son muy diestras. Casi resulta
increíble. Casi podrías decirme anda ya te lo estás inventando. Pero no es así.
Son diestras de verdad y hoy están sentadas en el suelo. Bajo ese letrero que a
esta hora no hace sombra porque ya se está haciendo de noche. Mastica almendras. Las pela con
esmero. Se las lleva hechas cachitos a la boca y las mastica con más esmero
aún. Yo me siento enfrente.
El duende no me mira. Solo tiene ojos para las doce almendras que encontré en
la tierra.
- Ya no estoy triste. Qué te
creías.
Lo ha dicho
él. ¿Cuánto hace que no lo escucho hablar?
- Era el cosmos.
Era el
cosmos. El cosmos era el que estaba triste. Él no. Él nunca. Menos delante de
mí.
- ¿Acaso no
sabes nada del microcosmos? ¿Qué
es el microcosmos, mujercita?
El
microcosmos. Sí que sé. Claro que sé. Alguna vez, hace mucho tiempo, ese
concepto entró en mi cabeza. ¿Se saldría luego? El microcosmos eres tú -no se
salió- y soy yo. Es cada una de las pequeñas partes de que está compuesto eso tan grande llamado Universo.
- Y qué
pasa con el microcosmos cuando el macrocosmos se pone malo.
No deja de
pelar, desmenuzar y masticar. No me mira. Me pone nerviosa.
- Que se pone
malo también, creo.
- Uno es el espejo del otro.
Lo que está abajo estará arriba. Lo de arriba, abajo. Macrocosmos / Microcosmos.
El primero
y más principal principio de la alquimia.
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