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Me llamo Lola y soy, igual que el protagonista de aquella novela de Rabih Alameddine, contadora de historias...

jueves, 29 de noviembre de 2012

19. De cuanto había escrito en el libro volante (I): Fedor Dostoiewski, "Crimen y castigo" (fragmento)

<< ¡Subid, subid todos! ‑grita un hombre todavía joven, de grueso cuello, cara mofletuda y tez de un rojo de zanahoria‑. Os llevaré a todos. ¡Subid!

Estas palabras provocan exclamaciones y risas.

‑ ¿Creéis que podrá con nosotros ese esmirriado rocín?

‑ ¿Has perdido la cabeza, Mikolka? ¡Enganchar una bestezuela así a semejante carreta!

‑ ¿No os parece, amigos, que ese caballejo tiene lo menos veinte años?

‑ ¡Subid! ¡Os llevaré a todos! ‑vuelve a gritar Mikolka.

Y es el primero que sube a la carreta. Coge las riendas y su corpachón se instala en el pescante.

‑ El caballo bayo ‑dice a grandes voces‑ se lo llevó hace poco Mathiev, y esta bestezuela es una verdadera pesadilla para mí. Me gusta pegarle, palabra de honor. No se gana el pienso que se come. ¡Hala, subid! lo haré galopar, os aseguro que lo haré galopar.

Empuña el látigo y se dispone, con evidente placer, a fustigar al animalito.

‑ Ya lo oís: dice que lo hará galopar. ¡Ánimo y arriba! ‑exclamó una voz burlona entre la multitud.

‑ ¿Galopar? Hace lo menos diez meses que este animal no ha galopado.

‑ Por lo menos, os llevará a buena marcha.

 ¡No lo compadezcáis, amigos! ¡Coged cada uno un látigo! ¡Eso, buenos latigazos es lo que necesita esta calamidad!

Todos suben a la carreta de Mikolka entre bromas y risas. Ya hay seis arriba, y todavía queda espacio libre. En vista de ello, hacen subir a una campesina de cara rubicunda, con muchos bordados en el vestido y muchas cuentas de colores en el tocado. No cesa de partir y comer avellanas entre risas burlonas.

La muchedumbre que rodea a la carreta ríe también. Y, verdaderamente, ¿cómo no reírse ante la idea de que tan escuálido animal pueda llevar al galope semejante carga? Dos de los jóvenes que están en la carreta se proveen de látigos para ayudar a Mikolka. Se oye el grito de U ¡Arre! y el caballo tira con todas sus fuerzas. Pero no sólo no consigue galopar, sino que apenas logra avanzar al paso. Patalea, gime, encorva el lomo bajo la granizada de latigazos. Las risas redoblan en la carreta y entre la multitud que la ve partir. Mikolka se enfurece y se ensaña en la pobre bestia, obstinado en verla galopar.

‑ ¡Dejadme subir también a mí, hermanos! ‑grita un joven, seducido por el alegre espectáculo.

‑ ¡Sube! ¡Subid! ‑grita Mikolka‑. ¡Nos llevará a todos! Yo le obligaré a fuerza de golpes... ¡Latigazos! ¡Buenos latigazos!

La rabia le ciega hasta el punto de que ya ni siquiera sabe con qué pegarle para hacerle más daño.

‑ Papá, papaíto ‑exclama Rodia‑. ¿Por qué hacen eso? ¿Por qué martirizan a ese pobre caballito?
                                                                                                                             - Vámonos, vámonos -responde el padre‑. Están borrachos... Así se divierten, los muy imbéciles... Vámonos..., no mires...

E intenta llevárselo. Pero el niño se desprende de su mano y, fuera de si, corre hacia la carreta. El pobre animal está ya exhausto. Se detiene, jadeante; luego empieza a tirar nuevamente... Está a punto de caer.

(...)

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