El alquimista Geber, padre de la química moderna |
«Dondequiera que aparentemente hablé de nuestra ciencia con mayor claridad (decía aquel pequeño fragmento de la Summa de Geber, el padre, mujercita -me
decía, la manita derecha en alto moviéndose airada-, de la química moderna), en realidad me expresé en
la forma más oscura, encubriendo el verdadero significado de mis
palabras. Y, pese a todo, en ningún momento envolví nuestra
obra en alegorías ni enigmas, sino
que la describí honestamente, con palabras claras y comprensibles, tal como
yo la entiendo y tal como, con ayuda de Dios, la aprendí...».
Que leer, solo leer y que yo
te escribiera quería el duende. Que habrá pasado mucho tiempo -tiene
que pensar-. Que he pasado mucho tiempo ahí tirado y se nos escapan las horas
por esta senda. De modo que ha puesto las piernecillas de
nuevo en marcha. Y van diligentes, sin rastro de
ningún dolor viejo. Que parece que ni un soplo de aire las hubiera rozado hace
tan poco.
Lleva como
es buena costumbre el Libro Grande abierto en brazos, pero suelta de él la mano derecha continuamente. Continuamente.
Que se le va a caer, ya se lo he dicho. Y la mueve. Y marca con sus dedos
regordetes el compás de las letras que su lengua va formando.
Que ya se le ha olvidado la piedra. Que sus ojos, muy serios tras las lentes, ya solo contemplan polvo.
Que ya se le ha olvidado la piedra. Que sus ojos, muy serios tras las lentes, ya solo contemplan polvo.
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