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Me llamo Lola y soy, igual que el protagonista de aquella novela de Rabih Alameddine, contadora de historias...

jueves, 5 de julio de 2012

Pintor de sombras (II)

"Narciso"
Narciso, hacia 1598 - 1599

Óleo sobre lienzo, 122 x 92 cm

Roma, Galleria Nazionale d'Arte Antica, Palazzo Corsini 

Nadie sabe dónde está enterrado, si es que alguien llegó a enterrarlo en parte alguna. Dicen que encontraron su cuerpo tirado en la playa. Y que estaba muerto. Muerto y con los ojos muy abiertos mirando hacia Roma. Su destino. Su ansiado destino.

Pero solo dicen.

Que el eco de sus pasos lo extraviaron las olas aquella noche de julio de 1610.

Y serían los últimos.

Los pasos consumidos de fiebre y hambre, desesperados a la busca de una barca que lo alejara de aquella playa de Porto Ercole infectada de enemigos y de malaria: la playa a la que había arribado en busca de refugio en tanto le llegaba el indulto, y regresara a Roma. El lugar en el que nada más desembarcar sería hecho prisionero y confinado en un presidio.

Serían los últimos.

Y le debieron de pesar como costales al escaparse y correr por la playa. Al tener que liberarlos de los agujeros hundidos de arena mojada.

Como costales.

Y estaban heridos. Venían heridos desde Nápoles, en donde quisieron asesinarlos, a los pies, a los pasos, y los habían dejado medio muertos en la calle, con el recuerdo de una cicatriz en mitad de la cara. Habían bordeado la costa montados en una falúa. Heridos. Y desembarcaron aquí, en la playa en la que se hunden y la saliva en la boca les sabe a sangre.

Luego nadie volvería a escuchar más el ruido de las pisadas de sus zapatos. Nadie podría dar razón de la suerte que aguardó a aquel hombre perseguido por la justicia, proscrito, fugado de la isla de Malta de la cárcel en la que cumplía pena, una más, otra más, solo Dios sabría por qué causa.

Nadie. Desde esa playa. Nadie y llegarían después tres siglos prestos a olvidar su nombre, que <<Vino a destruir la pintura>>, quedaría de él dicho otro pintor, Nicolas Poussin.

Pero Michelangelo Merisi, Caravaggio, nuestro Caravaggio, que no contaba ni cuarenta años aquella última vez de los pies tirando de los pasos en la orilla, se llevaba sus manos grabadas con un poder inmenso: el poder de aquel que cambió para siempre el curso de la Historia del Arte

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