Narciso, hacia 1598 - 1599 Óleo sobre lienzo, 122 x 92 cm Roma, Galleria Nazionale d'Arte Antica, Palazzo Corsini |
Nadie sabe
dónde está enterrado, si es que alguien llegó a enterrarlo
en parte alguna. Dicen que encontraron su cuerpo tirado en la playa. Y que
estaba muerto. Muerto y con los ojos muy abiertos mirando hacia Roma. Su
destino. Su ansiado destino.
Pero solo
dicen.
Que el eco de sus pasos lo extraviaron
las olas aquella noche de julio de 1610.
Y serían los últimos.
Los pasos
consumidos de fiebre y hambre, desesperados a la busca de una barca que lo
alejara de aquella playa de Porto Ercole infectada
de enemigos y de malaria: la playa a la que había arribado en busca de refugio
en tanto le llegaba el indulto, y regresara a Roma. El lugar en el que nada más
desembarcar sería hecho prisionero y confinado en un presidio.
Serían los
últimos.
Y le
debieron de pesar como costales al escaparse y correr por la
playa. Al tener que liberarlos de los agujeros hundidos de arena mojada.
Como
costales.
Y estaban
heridos. Venían heridos desde
Nápoles, en donde quisieron
asesinarlos, a los pies, a los pasos, y los habían dejado medio muertos en la
calle, con el recuerdo de una cicatriz en mitad de la cara. Habían bordeado la
costa montados en una falúa. Heridos. Y desembarcaron aquí, en la playa en la
que se hunden y la saliva en la boca les sabe a sangre.
Luego nadie
volvería a escuchar más el ruido de las pisadas de sus zapatos. Nadie podría dar razón de la suerte que aguardó a aquel hombre
perseguido por la justicia, proscrito, fugado de la isla de Malta de la cárcel
en la que cumplía pena, una más, otra más, solo Dios sabría por qué causa.
Nadie. Desde esa playa. Nadie y
llegarían después tres siglos prestos a olvidar su nombre, que <<Vino
a destruir la pintura>>, quedaría de él dicho otro pintor, Nicolas
Poussin.
Pero
Michelangelo Merisi, Caravaggio, nuestro Caravaggio, que no contaba ni
cuarenta años aquella última vez de los pies tirando de los pasos en la orilla, se llevaba sus manos grabadas con un poder inmenso: el poder de aquel que cambió para
siempre el curso de la Historia del Arte.
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