Giuseppe Fiorelli |
Se llamaba
Giuseppe Fiorelli.
Estaba ya
por aquel entonces bien andado el siglo
XIX.
Y el mundo
académico se disponía a nombrarlo primer
director científico de las excavaciones de Pompeya.
Pompeya.
Nuestra
ciudad de las cenizas. La tumba hecha de lava vomitada por un volcán.
Sus manos
de arqueólogo la descubrieron intacta, dormida como estaba desde hacía más
de 1.500 años entre las sábanas negras del sarcófago que le había regalado el
viejo volcán, aquel Vesubio rico siempre vestido con su traje de pinos, de
olivos, de viñas, que para ella no había sido nunca más que una montaña temblorosa.
Una montaña
que no la sepultaría.
Y descubrió
los moldes: los de los animales, los de los
hombres.
Inyecta
yeso, Giuseppe Fiorelli, en esos moldes. Y le salen los cuerpos. Y le
salen las bocas abiertas. Y los dientes apretados. Y los brazos que luchan por
agarrarse a la eternidad.
Él los saca de sus huecos vacíos.
Y los
enseña al mundo. Y el mundo contemplará por vez
primera unos fantasmas de escayola. El relleno de las almas que un día colmaron
de vida una ciudad confiada que jamás llegó a pensar siquiera en la
muerte.
Efectivamente, esta imágen es uno de los iconos más representativos de la pintura Pompeyana pero es más, estos frescos son un claro ejemplo de la pintura greco-romana en general y del "Cuarto Estilo Pompeyano" en particular. El ilusionismo, escenografía fantástica y aequitecturas fingidas hacen que este Cuarto Estilo sea el cúlmen de la perfecció de la pintura Antigua.
ResponderEliminar¡Mil gracias por una aportación tan valiosa, Paloma! :)
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